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EL FERRARI MÁS SINGULAR DE AGNELLI

18 dicembre 2020

Vincenzo Borgomeo

Hace 60 años, el presidente de Fiat quiso que Ferrari diseñara un modelo único que combinase la discreta elegancia de un sedán de lujo con las prestaciones de un coche de carreras. Fue el nacimiento del 400 Superamerica.


Rojos como el fuego de la pasión, rápidos como un destello de locura: así eran los Ferraris en el imaginario colectivo de los años 60. Todos, salvo algunos. ¿El más famoso? Un modelo hecho a medida para Gianni Agnelli. Naturalmente, el presidente de Fiat, primer fan de la Scuderia de Maranello, amante de sus GT y ligado a Enzo Ferrari por una estrecha amistad, tuvo muchos Ferraris, pero ninguno rojo. Y todos fueron piezas únicas, personalizadas por él mismo. De hecho, se diseñaron y construyeron siguiendo sus indicaciones. Entre los más famosos se encuentran el 166 Barchetta bicolor, el 365P con tres asientos delanteros (el del conductor en el centro), el spider Testarossa y el 400 Superamerica, quizás el más espectacular de todos.

Esta es su historia. A aquellos que querían un modelo verdaderamente exclusivo, Maranello les ofrecía el famoso “Superamerica”, un vehículo muy especial y de precio astronómico. Tenía el motor más potente, un V12 4000 de 340 CV, aseguraba unas prestaciones extraordinarias (265 km/h de velocidad máxima) y, al mismo tiempo, poseía unos acabados extremadamente cuidados. Solo se produjeron dos unidades de esta primera versión del 400 Superamerica nacida en 1959: un spider inspirado en el 250 GT y un ejemplar único hecho especialmente para Agnelli. La particularidad de este modelo era que no parecía un Ferrari: para llamar la atención lo menos posible, el presidente de Fiat quiso que lo pintasen en gris metalizado, con un radiador cuadrado gigantesco y desprovisto de la clásica parrilla de Ferrari. Y no solo eso: la carrocería era de tres volúmenes y dos puertas, el diseño de un berlinetta puro, muy alejado de las formas extremas de los coupés. A esto se añadía el parabrisas envolvente, como imponía la moda de la época, y el toque especial que aportaban dos esbozos de aletas en la parte trasera.

Agnelli quiso que luciese también cuatro enormes faros redondos de gran potencia. La razón tenía que ver con el uso que hacía de sus Ferraris: “Siempre he conducido —explicaba el propio Agnelli— con ganas y a buena velocidad. Hay un momento, entre las cuatro y las seis de la mañana, en el que tú tienes los faros encendidos, pero aquellos que acaban de levantarse los tienen apagados”. Era una forma elegante de referirse al hecho de que, cuando él volvía de las fiestas, los demás se iban a trabajar. Y su Ferrari 400 refleja a la perfección su personalidad, su vida, su forma de marcar estilo: en una época de bonanza económica en la que exhibir el coche era una cuestión social (“éramos” lo que conducíamos), Gianni Agnelli quería un Ferrari sin marcas distintivas. Ni en el morro ni en la zaga. Efectivamente, bastaba encender el 400 para saber que en su interior se ocultaba el potente V12 de Ferrari, pero la discreción añadía atractivo al coche del “Avvocato”, que, en cualquier caso, podía salir por ahí con su superdeportivo sin llamar demasiado la atención.

Una “pieza” tan importante para la historia de Ferrari y del automovilismo no podía desaparecer, ni tampoco destruirse, de manera que ha llegado en perfecto estado hasta nuestros días, salvo por una modificación que introdujo su propietario actual y que, de hecho, “cambió” su filosofía de diseño: se insertó el logotipo del Cavallino Rampante en el capó. Por suerte todo quedó ahí. La parte trasera del vehículo sigue siendo maravillosamente “limpia”, sin emblemas ni inscripciones, tal como quería Agnelli.

Después de estos dos primeros ejemplares únicos, en 1960 se presentó una versión definitiva del Superamerica con el nombre de Superfast II. Tenía una línea muy aerodinámica, un morro afilado y una zaga que prácticamente terminaba en forma de “cola de pato”. Los faros de este prototipo eran retráctiles, una solución que se abandonó en el Superfast III, una versión destinada a la producción de pocas unidades. Más tarde, la versión Superfast IV, que se produjo hasta finales de 1963, incorporó pocas modificaciones: faros delanteros dobles, pero de distinto diámetro (el exterior era más grande).

En cualquier caso, el 400 de Agnelli creó escuela y muchos clientes (desde el Sha de Persia hasta Peter Sellers) quisieron tener Ferraris como el Superamerica y el Superfast, modelos especiales producidos en series muy limitadas: del 500 Superfast solo se hicieron 25 unidades en la primera serie y 12 en las series posteriores. “La creatividad —explicaba Agnelli— es el mayor placer. Es el único valor añadido real de la vida, el único que puede englobar todos los demás”. Y poder expresar la creatividad usando un Ferrari como lienzo fue un hábito que Agnelli transformó en una especie de arte.