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Pasión

Historias de amor venidas de Nueva York

Nuestra segunda entrega sobre las asombrosas colecciones de cuatro de los propietarios más veteranos de la marca continúa con Peter Kalikow, cuyo romance con Ferrari comenzó con un 250 PF Cabriolet…
Texto: Kevin M. Buckley
Fotos: Marc McAndrews

Estamos a finales de los años 50. En Nueva York, un muchacho de quince años obsesionado con las revistas de coches insiste a su padre que le lleve al salón del automóvil de Manhattan para ver de cerca un Ferrari 250 PF Cabriolet. «El vendedor dice que quiere 13 000 dólares», cuenta el narrador con marcado acento neoyorquino. «Mi padre responde: “¿Es una broma? Mi Cadillac cuesta 6000 y caben cuatro personas. En este trasto solo caben dos, así que debería costar la mitad”. Yo estoy allí con lágrimas en los ojos, sabiendo que nunca tendré un coche como aquel. Mi padre era un tipo gracioso».





Peter Kalikow, coleccionista de Ferrari desde 1967, en su casa de Purchase, Nueva York, con su 812 GTS a la izquierda y, a la derecha, su excepcional 212 Export de 1951

En julio de 1963, ya con 20 años, un fin de semana se disponía a pasar el día en la playa Jones de Long Island con su novia, pero se nubló. «Así que fuimos a Nyack, en el condado de Rockland, a ver a Bob Grossman, un conocido que tenía muchísimos Ferraris». Fue la primera vez que condujo un Ferrari, un SuperAmerica 400 SA Cabriolet de 1962. «Bob me dijo que podía sacarlo siempre y cuando no me diera un golpe». Se enamoró, pero no tenía dinero. «Así que urdí un plan». 


Primero convenció a su indulgente madre para que se comprara un Rolls Royce Silver Cloud III. Después de semejante extravagancia, sus persistentes peticiones de un Ferrari fueron más difíciles de resistir y finalmente, en 1967, se convirtió en el orgulloso propietario de un 330 GTC. Tenía solo 24 años. «Cada vez que me preguntan cómo empecé mi colección de Ferraris, siempre respondo: “¡Teniendo unos padres geniales!”», exclama riendo a carcajadas.


Kalikow en su 212 Export: «Cuando bajo la capota, la gente siempre se sorprende con el asiento del conductor. Está a la derecha»

En la actualidad, Kalikow es un promotor inmobiliario de gran éxito y un filántropo respetado que patrocina el Museo del Holocausto de la ciudad de Nueva York, el Hospital Presbiteriano, la sinagoga del Temple Emanu-El, la Universidad de Hofstra y el museo de la Segunda Guerra Mundial. En 2008, recibió la Orden del Mérito de Italia por sus servicios a la comunidad judía italiana y luce con orgullo en la solapa el prendedor con la cinta verde. 


Hace diez años, con el SuperAmerica 45, un one-off, celebró el 45 aniversario de la compra de su primer Ferrari. Este septiembre marcará los 55 años del inicio de su colección, que se compone de una asombrosa variedad de «casi sesenta» modelos. «Todavía tenemos el Rolls, y lo dejo con ellos porque lo considero la génesis de mi colección Ferrari». 




"Cuando hay nieve en el suelo, mi coche favorito es el F12berlinetta. Y si hace buen día, saco el 812 GTS(en la foto)"

Una de las joyas de la corona es el 212 de 1951, adquirido en 2018 y ganador del Amelia Concours d'Elegance en 2019. «Es un coche precioso. Desde que lo vi por primera vez me sedujo su perfil. Lo que me sorprendió fue la calidad de la carrocería. Los 212, especialmente los de exportación, eran básicamente coches de carrera. Podías elegir carrocería de competición o de calle». Nos relata al detalle el periplo del coche desde que surcó el Atlántico y compitió en Le Mans hasta que se sometió a una restauración en 1980. Cuando le preguntamos si lo ha conducido, responde: «Claro, sin parar. Tardé un tiempo en aprender. Lo que me gusta de ese coche es que, cuando bajo la capota, la gente siempre se sorprende con el asiento del conductor. Está a la derecha», ríe. «Todos levantan el pulgar». A menudo se le puede ver al volante recorriendo la frondosa zona neoyorquina de Purchase, donde vive. «Y en verano lo llevo a Montauk». 


Ante la pregunta de por qué todavía compra Ferraris, hace una pausa. «Adquirí mi primer Ferrari antes de conocer a mi mujer. Aparte de ella y de mis hijos, Ferrari ha sido la única constante en mi vida». Es una afirmación importante. «Sí, lo es», asiente pensativo. Luego se le ilumina el semblante. «Con Ferrari siempre he buscado un momento para conducir, incluso cuando no paraba de trabajar». 


Entonces ¿qué fue de aquel adolescente devorador de revistas? ¿Es ahora un «coleccionista», un «inversor» o un «ferrarista»? «Me veo más en lo último», sonríe irónicamente. Hay pocas personas que merezcan más este calificativo.