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La primera victoria de Fórmula 1

23 maggio 2019

«Cuando en 1951, el Ferrari de José Froilán González dejó atrás —por primera vez en la historia de nuestros enfrentamientos directos— al 159 y a todo el equipo de Alfa Romeo, me emocioné y lloré de alegría, pero también de dolor, porque ese día pensé: “He matado a mi madre”». Estas fueron las palabras de Enzo Ferrari en su libro Ferrari 80. Su madre simbólica era Alfa Romeo, que le había visto nacer como piloto de pruebas, piloto de carreras y responsable del departamento de competición. González había derrotado a los Alfa Romeo de Juan Manuel Fangio y Giuseppe Farina, hasta entonces insuperables en Fórmula 1, y este éxito tan esperado le permitió a Enzo Ferrari revivir su pasado.

Fue un sábado, 14 de julio de 1951, en Silverstone (Reino Unido). González, salió en la pole position, adelantó a su compatriota Fangio y cruzó triunfante la meta con una ventaja de 50 segundos. Un desafío doble entre pilotos y vehículos: un duelo italo-argentino por la victoria de más de 400 kilómetros. Noventa vueltas, que el primer clasificado terminó en 2 horas, 42 minutos y 18 segundos. Una distancia disparatada, si tenemos en cuenta lo rudimentarios y difíciles de conducir que eran los coches de esa época. Fue una carrera muy reñida, con muchos adelantamientos, y la victoria de González también se debió, en parte, a la elegancia del jefe de equipo Alberto Ascari, quien rechazó la propuesta de utilizar el coche del compañero (que estaba permitido por el reglamento) cuando tuvo que retirarse por un fallo en el cambio. El Ferrari 375 tenía la ventaja de consumir menos gasolina que el Alfa Romeo, por lo que realizaba menos paradas y tardaba menos en repostar que sus rivales.

Cuando se reincorporó a la pista, González logró el impulso determinante para obtener una ventaja suficiente con respecto a Fangio y cruzar victorioso la meta del circuito del antiguo aeropuerto militar inglés. En tercer lugar, se clasificó el otro Ferrari 375 de Gigi Villoresi. José Froilán González tenía el apodo de «el Cabezón» por el tamaño de su cabeza, que inclinaba en cada curva, aunque en su país también había quien le llamaba «el Toro de la Pampa», por su estilo agresivo. Tenía una postura de conducción peculiar, llevaba los codos abiertos, casi fuera del habitáculo, con las manos en la parte superior del volante. El torso seguía el recorrido del trazado, casi estirado para acompañar al coche por el asfalto serpenteante. No se rendía nunca. Y eso era lo que le gustaba a Enzo Ferrari.