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Pasión

Historias de amor venidas de Suiza

Nuestra serie sobre las asombrosas colecciones de cuatro de los propietarios más veteranos de la marca comienza con Albert Obrist, un verdadero caballero cuyos sesenta años como propietario de Ferrari han dado lugar a una amistad de por vida con los expertos artesanos de Maranello, además de algún encuentro ocasional con el propio Enzo…
Texto: Kevin M. Buckley
Fotos: Andrea Klainguti

Conoció a Enzo Ferrari, recibió junto a la pista el abrazo de Gigi Villoresi, piloto de los años 50, trabó amistad con Piero Taruffi, leyenda de la Mille Miglia y tuvo a Fangio comiendo en su casa. Te presentamos a Albert Obrist, un pilar viviente de la historia de Ferrari. 


Todo empezó en 1961. Su empresa, innovadora en el moldeo por inyección para envases, tenía éxito. «Así que, en cuanto reuní el dinero, me compré un Ferrari». Fue en Monteverdi, el concesionario de Basilea por aquel entonces, que después fabricó sus propios coches. «Se trataba de un 250 GTE», y se apresura a añadir, «era un coche estrictamente de carretera, no de carreras». Tenía 24 años.

Albert 'Albi' Obrist flanqueado por su Ferrari 330 America magníficamente restaurado, con su SF90 Stradale asomándose a la vista a la izquierda

Una vez comprado su primer Ferrari, descubrió que no podía parar. «Es como una enfermedad», afirma con una carcajada. Como colofón a seis décadas y más de ochenta Ferraris, están su última compra, el 812 Competizione, y un 296 GTB ya encargado. En los primeros tiempos, para financiar su «proyecto» Ferrari vendió vehículos de alto rendimiento de otras marcas. «Los sacrifiqué para construir la “Colección” que el propio señor Ferrari olvidó hacer», ríe. 


Sin embargo, «Colección» es una palabra que se esfuerza por evitar.  Para este caballero suizo de voz suave que declina cortésmente el tuteo, que habla de la «televisión» en lugar de la «tele» y se refiere a sí mismo entrañablemente como un «vejestorio», la palabra «Colección» alude demasiado a mercantilismo e inversión.


«Lo llamo mi “proyecto”. Nunca pensé que me haría rico», prosigue. «Era más una cuestión cultural. El coche es un elemento muy importante en la cultura moderna. A mi parecer, fue una revolución, cambió la forma de desplazarse de la gente, su forma de vivir. Me encantan los coches».

La librea del 330 America es un homenaje nostálgico a su primer Ferrari, un 250 GTE comprado hace 60 años

Gracias a sus frecuentes viajes a Módena, entabló estrecha amistad con pilotos y expertos artesanos, «gente maravillosa», incluidos los principales carroceros de la época. Se reunió varias veces con el «señor Ferrari» en Maranello. «La primera vez me hizo esperar media hora. Pero él hacía esperar una hora entera hasta a los reyes, así que se puede decir que me trató mejor que a un rey», bromea. 


El «proyecto» continuó durante treinta años y abarcó «los primeros coches del señor Ferrari, desde antes de la guerra y el comienzo de la Scuderia hasta el final de la vida del señor Ferrari», incluido un 8C 2300 Monza de 1932 de la Scuderia Alfa Romeo Ferrari.


Aunque parezca increíble, tras una desafortunada «colaboración» automovilística en 1993, Obrist perdió la propiedad de toda la flota. Naturalmente afligido, sus días de comprador parecían haber terminado. Hasta que, una década más tarde, se encontró por casualidad «en un bar de Basilea» con Niki Hasler, del concesionario de Ferrari en Basilea. «Es uno de los mejores vendedores de coches del mundo, es capaz de venderte un coche sin que te des ni cuenta», sostiene Obrist con entusiasmo. «¡Hasta que te llega la factura!», añade sonriendo con malicia. «Era un 599. Luego vino un segundo. El virus había vuelto», recuerda reprimiendo la risa.

 

El SF90 Stradale es parte de una colección que, durante un arco de seis décadas, ha cubierto más de ochenta adquisiciones de Ferrari

El pasado mes de febrero, Enrico Galliera, director comercial y de marketing de Ferrari, le recibió en Fiorano para entregarle su nuevo 812 Competizione en una presentación sorpresa donde también estaban su 599 GTO y su F12tdf para una sesión de fotos conmemorativa.  


El garaje de Obrist alberga actualmente un Ferrari 330 America, restaurado «por razones nostálgicas», cuya combinación de colores rinde homenaje a su primer Ferrari, aquel 250 GTE. Pero cuando le pedimos que elija su favorito de todos los tiempos, suspira: «El 315 S, que Taruffi condujo en el 57 hasta la victoria en la última Mille Miglia competitiva». Al cabo de varios propietarios, aquella belleza se vendió por 55 millones de dólares. 


Le pedimos que explique su amor por la restauración, que se extiende a barcos y casas: «Es un acto de creación. Creo que es importante mantener vivas las cosas bellas». Es un purista. «En mi opinión, si un coche no tenía buenos frenos, pongamos, en el 34 o el 35, al restaurarlo ahora tampoco debería tenerlos».


Para Albert «Albi» Obrist, lo que cuenta es «la originalidad». Un principio que cuadra perfectamente con un caballero de Ferrari verdaderamente original.