El viaje – Un trayecto en el nuevo Ferrari GTC4Lusso
Texto Tim Parks
El autor británico Tim Parks escribe una historia breve en exclusiva para TOFM
‘No, el Jeep no,’ repetía ella. ‘El GTC4.’ Cuando su marido la fulminó con la mirada, añadió ‘Lusso,’ y le preguntó, ‘¿Te gusta mi acento, Dave? Luuussssoh. ¡Qué hermosa palabra! ¡Qué buena idea!’
Pero está muy lejos, protestó. ‘Las carreteras estarán llenas de baches. Por no hablar del perro. ¡Dios mío, la tapicería!’
'Es un cachorro, Dave. Si se hace pipí, lo limpiamos.’
‘Necesito el coche para trabajar,’ dijo bruscamente. ‘Llévate el Jeep.’
‘¿Dos cientos cincuenta mil libras esterlinas de diseño italiano para acelerar delante de los escaparates de las tiendas de ropa? ¡Rummm, rummm!’
‘¡Susan!’
Ella empezó a imitarlo. ‘Jamás habría comprado un Ferrari, mamá’ –dijo con una voz grave– ‘si no me hubieran ofrecido este con cuatro plazas. Quiero que lo disfrute toda la familia. Lo he asegurado para que todos podamos conducirlo.’
Dave no sabía qué decir. Eran exactamente las mismas palabras que él había pronunciado dos meses antes durante una cena con sus padres.
‘Me lo llevo', dijo ella.
Voy contigo, dijo él.
Los ojos de Susan se abrieron como platos. ‘¡No me lo puedo creer, unas vacaciones con maridito, que va a dejar su adicción al trabajo solo porque está preocupado por su Ferrari! ¡Todo un lusso !’
Dave guardaba su tesoro en el garaje del sótano de la casa. Solo saber que estaba allí abajo, brillando suavemente en la oscuridad, parecía haber cambiado por completo el ambiente de casa. Todo lo demás parecía insignificante, nada estaba a la altura.
De repente, sintió que tenían que vestirse mejor, acuchillar el parqué, cambiar los muebles. Sin embargo, cuando Susan cumplió los 50, pensó que necesitaba un perro. “Si tú puedes tener un Ferrari, yo puedo tener un perro,” le dijo. Los niños estaban encantados con la idea. Dave creía que iba a comprar un perro cualquiera de los muchos que hay en West London, pero no, después de un mes buscando en la red, su mujer había finalmente había encontrado a la criatura de sus sueños en pueblecito llamado Bargrennan, a cinco millas al norte de Newton Stewart, en Galloway, Escocia. Le parecía un viaje infernal por un saco de pulgas.
A las 7 de esa gélida mañana invernal, hizo esperar a todos en la calle porque estaba preocupado de que el chasis tocara el suelo al final de la cuesta si estaban los cuatro subidos. Su hijo pequeño prefirió quedarse entrenando a fútbol, pero su hija Rachel se trajo a su amiga que decía saber mucho sobre perros. Así que en el asiento trasero llevaba a dos risueñas jovencitas de 18 años. Cada vez que Dave miraba por el retrovisor veía la mirada vivaz y la boca roja de Tracy. Parecía mayor que Rachel. Lo distraía.
‘Un poco retro,’ dijo Susan en Western Avenue observando el diseño del salpicadero. ‘Estas tomas de aire, en particular. Recuerdan al Millennium Falcon, ¿no crees?’
‘¡Cállate, mamá! ¡Eres una aguafiestas!’
‘Creo que es maravilloso,’ dijo Tracy. ‘Verdaderamente bonito.’ Dave, volvió a cruzarse con su mirada en el espejo. Sus labios brillaban como pintura fresca. En la M40 pisó el acelerador.
‘¡Qué ruido!,’ lo chinchó Susan.
‘¡Me encanta este rugido!’ Gritó Rachel. ‘¡Lo adoro! ¡Pisa fuerte! Papá, eres mi héroe.’
¿Está de broma?, se preguntó Dave. ¿Tracy lo estaba mirando así a posta?
Cerca de Oxford empezó a llover. Llegando a Birmingham cayó aguanieve. Pasado Stoke, nevó. En Cranage había obras en la carretera. En los alrededores de Manchester un accidente.
‘Me pregunto si el orgulloso propietario de este Ferrari me dejará conducirlo algún día’, dejó caer Susan durante la comida en Lancaster Services.
‘Quizás cuando la carretera no esté tan resbaladiza,’ dijo él.
‘Yo también tengo el carnet de conducir,’ dijo Rachel.
‘¡Y yo!’ Añadió Tracy. Y sonrió abiertamente desde detrás de su hamburguesa.
Las chicas escuchaban música. Susan fingía dormir. Mientras tanto, la nieve caía cada vez más densa. Dave se concentró en la conducción. Parecía como si el coche lo atrajera hacia su silenciosa intencionalidad. Todo era tan reactivo. Y al mismo tiempo tan robusto. Todos los instrumentos perfectamente situados. Y él formaba parte de su sonido y de su maravillosa precisión. De repente, Dave Stafford tuvo la sensación de ser el conductor perfecto, no es más, el único conductor posible de ese coche. Como si nosotros dos fuéramos una sola cosa, pensó.
‘Qué extraño que nos adelante un Skoda,’ observó Susan.
Dave no tenía intención de morder el anzuelo. No era una cuestión de velocidad.
En torno a las tres, empezaron a afrontar las curvas y las carreteras estrechas de la campiña escocesa. ‘Dentro de 100 yardas, gire a la izquierda,’ dijo el navegador. ‘¡Gire a la izquierda!’ El navegador insistía, pero no había ninguna carretera; solo se veía una verja en un muro de piedra, y detrás un camino cubierto de nieve.
‘¿Será prudente?’ Pregunto Susan. Después de tres millas de viaje al viento, orgulloso de la excelente tracción de su coche, Dave entró en el patio de una granja donde, de repente, su GTC4Lusso rojo brillante fue rodeado por perros ladrando.
Se quedaron dos horas tomando té y comiendo pasteles en el calor de la cocina, intentando decidir entre la media docena de cachorros de Border Collie, blancos y negros, que saltaban unos sobre otros para acercarse al calor del hogar. Las chicas se tiraron al suelo y empezaron a jugar con ellos. La mujer del granjero, que criaba los animales, sacó montones de certificados para acreditar el pedigrí de los cachorros. Dave respiró tranquilo porque había dejado de nevar.
No obstante, cuando cayó la noche el granjero les acompañó en su Land Rover al House O’Hill Hotel.
Les dijo que sacaría el Ferrari por la mañana con el tractor del vecino. Sonreía irónicamente mientras hablaba. ¿Cómo se iba a imaginar Dave que mientras estaban calentitos en la cocina, su precioso Ferrari se hundiría bajo ocho pulgadas de estiércol escondido bajo una engañosa capa de nieve helada? ‘Allanamos el pozo, el lunes,’ explicó el granjero. ‘Nunca me pude imaginar que alguien aparcaría encima.’
Esa noche, Dave se cayó por las escaleras. Como no podía dormir, decidió buscar algo de beber y tropezó. Con un esguince de tobillo, pasó todo el viaje de vuelta descubriendo el asiento trasero de su amado Ferrari. Y habría sido un viaje extraordinariamente cómodo si no fuera porque Ricky -ese era el nombre que le habían puesto al perro- había decidido hacerse su amigo y lamerle la nariz. ‘Es tan bonito,’ gritó Tracy mirando por el retrovisor mientras conducía. Mira la maldita carretera, le hubiera encantado gritar.
La chica había perdido todo su encanto. Apoyada en su hombro, Susan le susurró, ‘Deberíamos hacer las paces, Dave. Esta belleza merece tener dos propietarios felices, ¿no crees?’
Eran las primeras palabras de aliento que oía.
‘Tienes razón, es un coche extraordinario. Te quiero, Susan.’