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EMOCIONES SIN FIN

28 agosto 2020

Hubo un tiempo en el que solamente los pilotos oficiales podían conducir un monoplaza Ferrari en pista. Era un privilegio reservado a unos pocos. Y además, por supuesto, les pagaban por hacerlo. Pero, desde 2013 también los clientes de Ferrari pueden probar la emoción que te embarga cuando te acoplas en el estrecho habitáculo de un Fórmula 1. Efectivamente, el programa F1 Clienti hace sentirse al propietario de estos vehículos de ensueño como un piloto titular de la Scuderia Ferrari. Prepara el vehículo, estudia los reglajes, lleva el coche a la pista y se lo confía a un grupo de mecánicos que llevan toda la vida trabajando en la Fórmula 1 con los grandes campeones de los últimos tiempos. El cliente, embutido en su mono y con el casco puesto, levanta el dedo índice haciendo la clásica señal de “motor” y empieza el sueño. 

El recién estrenado piloto encuentra a su lado los rostros de aquellos que una vez sirvieron a Prost, Alesi, Mansell o el mítico Schumacher, mientras que expertos como Marc Gené, Olivier Beretta, Andrea Bertolini, Davide Rigon o Giancarlo Fisichella le confían algunos secretos de pilotaje. Ese día se siente “como Dios”, que dirían en Hollywood. Como un auténtico piloto de Ferrari. Un piloto de Fórmula 1. El departamento de F1 Clienti cuida de los monoplazas nacidos entre los años setenta, los míticos de Niki Lauda, y el año 2013, el último año antes de la llegada de los motores híbridos, demasiado complicados y peligrosos para ponerlos en manos de pilotos no profesionales. En cambio, los modelos más “antiguos” dependen del departamento de coches históricos, pero es más difícil verlos en las pistas y aparecen, sobre todo, en alguna exhibición, como la del Festival de la Velocidad de Goodwood.

Para estos clientes en particular, Ferrari organiza 6/7 eventos al año. Desde los Estados Unidos (donde se corre en Austin y Laguna Seca) hasta Japón, con alguna escapada a pistas extraordinarias, como Spa o Estoril. No se trata de carreras, sino de brindar a los clientes la ocasión de conducir en circuitos de verdad con sus monoplazas adecuadamente preparadas por un auténtico equipo de competición. Entre ingenieros y mecánicos, hay unas cincuenta personas dedicadas a cuidar de los monoplazas históricos del Cavallino. Alrededor de setenta de estos clásicos descansan directamente en  Maranello, en las naves de Corse Clienti, que es un auténtico museo itinerante, una cueva del tesoro donde se conserva también el archivo histórico de todos los Fórmula 1. Filippo Petrucci es el coordinador técnico: “Todos los monoplazas Ferrari que hay en circulación han corrido en los circuitos o bien se han utilizado en las pruebas.

No existen F1 construidos solo para la venta. Todos nuestros coches tienen un pasado de competición y pasan por Gestión Deportiva, que al final de su vida útil los pone a la venta con todos los recambios que quedan”. Es difícil decir cuánto puede costar un Fórmula 1. Todo depende de su historial de competición. El F2001 que ganó el Campeonato del Mundo con Michael Schumacher se vendió a través de la casa de subastas RM Sotheby de Manhattan por 7,5 millones de dólares y, a día de hoy, sigue siendo el precio más alto pagado por un coche de Fórmula 1.

“Vemos en pista auténticas joyas –señala Gianni Petterlini, conocido como Atila, que lleva años trabajado como jefe de mecánicos en F1– pero pilotar un Fórmula 1 es más fácil de lo que se piensa. Una vez que se aprende a controlar la salida, ya no es complicado. Lo difícil es ponerlo al límite. Dar la vuela a Fiorano en 1’20” no es imposible, pero bajar ese tiempo en 10-20 segundos es algo que solo pueden hacer los pilotos de verdad.

En cualquier caso, no se puede ir demasiado despacio porque, de lo contrario, los neumáticos se enfrían y el coche patina”. Entre los clientes que poseen coches de Fórmula 1 también hay pilotos, es decir, gente a la que le gusta pisar a fondo. Vienen de Suecia, como Alexander West que conduce el F2008 de Felipe Massa, o de Estados Unidos, como Peter Mann, que disfruta pilotando el F2008 de Raikkonen, o Peter Greenfield, que es propietario del F2003 dedicado a Gianni Agnelli.

Pero también proceden de Argentina, como Luis Perez Companc, que pilota el F2004 de Schumi, o de la República Popular China, como Rick Yan y el F2004 de Barrichello, y de Hong Kong, como Eric Cheung, que además de un FXXK y un FXX, posee un F2012 de Alonso y un F2007 de Raikkonen, una auténtica escudería privada.

A finales del año pasado se presentó también una joven belga, la afortunada hija de Stephane Sertang. Marie Sarah se puso al volante del F2007 de Kimi Raikkonen, el último en ganar un mundial. No está mal. “Antes de dejar a los nuevos clientes salir a la pista con el coche, los invitamos Fiorano –explican Petrucci y Petterlini–, donde les damos la posibilidad de aprender a manejar su coche en un circuito durante una jornada completa”.

Es algo más que una escuela de pilotaje. Digamos que es una master class para pilotos. “Siempre elegimos unos reglajes fáciles, con un chasis bastante alto para que se comporte bien en la mayoría de las situaciones”, explica Atila. “Una configuración –prosigue– que definiríamos como ‘tipo Barcelona’”. Reglajes que van bien en cualquier lugar. Es un poco lo que se decía antes del gris. Va bien con todo. Pero, a diferencia del gris, que resulta elegante según te lo pongas, un Ferrari siempre será fascinante. Da igual cómo lo lleves.