Automóviles

JUNTOS DE NUEVO DESPUÉS DE 70 AÑOS

Texto: Alessandro Giudice

El Commendator Franco Cornacchia era algo más que un simple vendedor de coches. Vendía sueños, ideales y aventuras a través de los mejores deportivos del mercado, que en apenas unos años se convirtieron en auténticas leyendas sobre cuatro ruedas, capaces de atraer multitudes a la Mille Miglia y de acaparar todas las miradas cada vez que corrían en un circuito. Procedían de Módena, cuna de los automóviles de altas prestaciones, y lucían el Cavallino Rampante en sus capós. Cornacchia fue el primero en creer en Ferrari, y el propio Enzo recompensó esa fe concediéndole los derechos exclusivos para vender sus coches y así nació el primer concesionario Ferrari de la historia. Las instalaciones estaban en Milán, en Via Freguglia, a pocos pasos de los Giardini della Guastalla, en un enclave estratégico entre la Universidad Estatal, el Ospedale Maggiore y el Palacio de Justicia. No era un detalle menor. Cornacchia llamó a su equipo Scuderia Guastalla.

Lo creó para expresar tanto su propia pasión como la de sus adinerados clientes, convirtiéndola en una de las primeras escuderías privadas en competir con coches Ferrari. Como las dos barchettas que llegaron a Milán en 1954, justo a tiempo para salir al circuito o, mejor aún, a las carreteras de las carreras de larga distancia. El primer coche fue el 250 Monza, chasis 0442M, un Spyder carrozado por Scaglietti . Equipado con un motor V12 de 3,0 litros y 240 CV de potencia, propulsaba un chasis de 850 kg y fue inscrito inmediatamente en el Gran Premio Supercortemaggiore de Monza, donde terminó tercero en la general, pilotado por el propio Cornacchia junto al marqués Gerino Gerini, el arquetipo del gentleman driver y piloto de gran talento a punto de convertirse en profesional. El otro era el 750 Monza, chasis 0470M, carrozado por Scaglietti sobre un diseño de Dino Ferrari. Compartía la misma cilindrada de 3,0 litros, aunque configurada en un cuatro cilindros en línea, por lo que era más ligero y ágil, con 260 cv de potencia para propulsar solo 760 kg. Su debut resultó mucho más aventurero. Su primer viaje lo llevó en un avión de carga a Ciudad de México y, de inmediato, debutó en la legendaria Carrera Panamericana. 

El 250 Monza lleva el dorsal 22 y quedó quinto en la general de la Carrera Panamericana de 1954, mientras que el 750 Monza, dorsal 14, superó el límite de tiempo

La edición de 1954, la quinta y última, fue también la primera en disputarse íntegramente por carreteras asfaltadas a lo largo de un recorrido de 3.000 km. Hasta entonces, las carreras se habían celebrado en pistas de tierra accidentadas y repletas de peligros, donde un año antes Felice Bonetto perdió la vida cuando iba en cabeza pilotando un Lancia D24.

El asfalto debía facilitar la carrera, pero no fue suficiente. Giovanni Bracco y Riccardo Livocchi, que iban al volante, superaron el tiempo máximo permitido en la meta y fueron descalificados.

Un destino diferente aguardaba al 250 Monza, también con los colores de Guastalla y pilotado por el propietario del equipo, Franco Cornacchia, con el argentino Enrico Peruchini de copiloto. Terminaron quintos en la general y terceros en la categoría de más de 1500 cc, en una carrera que ganó el Ferrari 375 Plus de Umberto Maglioli, seguido de otro 375, el MM Vignale pilotado por Phil Hill y Richie Ginther. 

Tras siete décadas de separación, ambas barchettas regresaron a Ferrari Classiche para una restauración completa, respetando sus especificaciones originales

A partir de ese momento, marcado por la bandera a cuadros, los destinos de los dos Monza tomaron caminos distintos. El 250 Monza se quedó en Centroamérica y fue vendido a Manfredo Lippmann, distribuidor de Mercedes-Benz para Guatemala. Impresionado por su rendimiento en la carrera, lo mando pintar inmediatamente en azul, blanco y dorado. El 750 Monza regresó a Italia durante unos meses antes de ser vendido a pilotos aficionados suecos, con el que compitieron intensamente hasta que sufrió un grave accidente en 1957. Tras ello, reconstruyeron la carrocería, aunque no siguieron fielmente el diseño original de Scaglietti. Durante los siguientes setenta años, ambos coches cruzaron el Atlántico en múltiples ocasiones, viajando entre Europa y Estados Unidos. Finalmente, regresaron, el 750 Monza 0470M en 1998 y el 250 Monza 0442M en 2007, no a Milán, sino a los garajes de dos coleccionistas afincados en Lombardía.

Desde entonces, estuvieron cerca, pero nunca juntos, presentándose por separado en eventos como la Mille Miglia y Le Mitiche Sport de Bassano. Entonces, por uno de los extraños caprichos del destino, las dos barchettas acabaron juntas en el taller de Ferrari Classiche. Sus propietarios, sin saber esta notable coincidencia, habían enviado por separado los coches a Maranello con el mismo propósito: devolverlos a su estado original. Ambos coches se sometieron a programas intensivos de restauración: sustitución de piezas no originales, una revisión técnica completa y una restauración estética integral —incluida la nueva fabricación de la carrocería y la tapicería del 750 Monza—, así como la inspección de todos los componentes mecánicos para restablecer su pleno funcionamiento y eficiencia. El objetivo, plenamente alcanzado, era la certificación Ferrari Classiche. Y, tal vez, otra aventura compartida, como la Carrera Panamericana de 1954.